María Torrens
Mariam Rawi lleva tres semanas en España, impartiendo charlas en Las Palmas, Sevilla, Granada, Zaragoza… Pertenece a la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA, por sus siglas en inglés), una organización fundada hace más de 30 años para luchar por los derechos sociales en su país, en especial los de las mujeres, y que tiene su sede en Pakistán.
Esta activista afgana cuenta que dedica todo su tiempo desde 1996 a RAWA, sin obtener un sueldo. Gracias a esta organización recibió una educación en el campamento de refugiados al que tuvo que huir con su madre después de que su padre muriera en la guerra contra los soviéticos. Y se siente en deuda con la organización que le dio un futuro.
Mariam tiene una voz fuerte y contundente. En su opinión, el fin del régimen talibán tras la invasión de las tropas estadounidenses apenas ha traído mejoras al país, y mucho menos a las mujeres. Explica que en RAWA “no creemos que nada haya cambiado, incluso con la ocupación”. Aunque reconoce que “por supuesto ha habido algunos cambios [para la mujer] en la educación, el burka, algunos trabajos”.
Pero Mariam no cree que haya motivos para el optimismo. Dice que en Kabul -la capital afgana, adonde viaja habitualmente desde su residencia en Pakistán- ahora sí hay mujeres que acuden a la universidad o que pueden trabajar fuera de casa, pero asegura que al hacerlo “ponen su vida en peligro”. En las zonas rurales, la situación es peor. Los fundamentalistas, cuenta, mantienen a raya a las mujeres, que por regla general no pueden hacer vida fuera de su comunidad.
Con respecto al uso del burka, cuenta que la obligación de llevarlo depende de cada familia. “Las hay más abiertas, que permiten [a las mujeres] no llevar el burka. Pero en cualquier caso debería ser una opción personal. No es buena ni la actitud de los gobiernos occidentales tratando de impedir su uso, ni la posición de los grupos fundamentalistas que imponen estas restricciones en nombre de la religión.”
Las tropas extranjeras no ayudan
Las críticas de Mariam Rawi son duras y no dejan entrever ni un atisbo de duda en lo que dice. Asegura que "la presencia de las tropas extranjeras en su país, incluidas las españolas, están empeorando la situación", pues “el número de víctimas civiles, incluyendo mujeres y niños, crecen cada año”. También culpa de ello a los ataques talibanes.
Por otra parte, Mariam dice que la "falta de seguridad y la corrupción" de la que tanto se habla tienen difícil solución, pues opina que el Gobierno de Hamid Karzai no es más que una “marioneta” de Estados Unidos, que además mantiene a figuras del fundamentalismo en las primeras filas del Gobierno. Entre ellos cita a los vicepresidentes Mohamad Qasim Fahid y Karim Khalili, antiguos guerrilleros.
No lo dice sólo ella. Fuentes diplomáticas citadas por Reuters aseguraron en su momento que el jefe de la misión de la ONU en Afganistán, Kai Eide, intentó persuadir a Karzai de que no incluyera a Fahim en su Gobierno. "Ha sido uno de los 'señores de la guerra' más conocidos y tiene un historial grave de violaciones de los derechos humanos", dijo la fuente. Además, Brad Adams, director para Asia de la ONG Human Rights Watch, confirmó que Fahim podría haber cometido abusos contra los derechos humanos según un informe de 2005.
Para la activista afgana, la solución pasa en cualquier caso por dejar a los propios afganos que moldeen su futuro, con diferentes grupos políticos y a ser posible con la implicación de organizaciones pacifistas como la suya.
La educación es la clave para avanzar
Lo primero para mejorar el futuro del país, según Mariam, es incrementar los índices de alfabetismo y educación de un país, en el que sólo “el cinco por ciento de las mujeres han recibido una educación”. Esa es, junto con la asistencia sanitaria, una de las principales labores de RAWA, que desde la clandestinidad imparte clases de alfabetización y también explica los derechos de las mujeres tanto a niñas como a adultas en Afganistán y Pakistán.
RAWA ha recibido varios premios internacionales entre los que destacan el doctor honoris causa de la Universidad de Amberes (Bélgica) o el “reconocimiento especial” del Congreso de Estados Unidos.